Disfrutar la música nutre tus necesidades psicológicas.
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Esta es la historia de cinco amigos que estuvieron en la Academia Infantil de Música hace unos 20 años.
¿Cuáles fueron las canciones que aprendiste de pequeño?, ¿Cuáles eran los ritmos musicales que te gustaban?, ¿Cuál es tu historia con la música?
Luciana, fue la más pequeña del grupo; aunque tenía sólo 5 años de edad, su mamá quería que aprendiera a tocar guitarra acústica desde pequeña.
Isabella, tenía 7 años, cuando fue matriculada por su padre, integrante de una orquesta profesional, para que aprendiera el violín.
Santiago, que también tenía 7 años, llegó a la Academia sin mucho entusiasmo y por eso la profesora le recomendó la flauta porque “parecía más sencilla de tocar”.
Juan José, de 6 años, siempre había mostrado interés por la guitarra eléctrica.
Y Sofía que, con sus 8 años, cargaba para todas partes su acordeón…, porque su mamá siempre se lo recordaba.
Resulta que las clases eran 3 días a la semana y, como duraban 2 horas, siempre había un recreo para descansar y comer algo.
Aunque los cinco niños venían de colegios distintos y sus clases eran en grupos diferentes, por casualidades de la vida, se fueron haciendo amigos durante el recreo y esa amistad se fortaleció en su segundo y tercer año en la Academia, entre risas, juegos y bromas, que aliviaban ese ambiente de disciplina y exigencia en las clases.
La Academia de Música tuvo que cerrar y estos cinco amigos hicieron el pacto de seguir cultivando la música y reencontrarse 20 años después.
Pues bien, a medida de que los años transcurrían, los amigos fueron cogiendo caminos diferentes y muy pronto se perdieron la pista.
El año pasado, Luciana se puso en la tarea de explorar redes sociales para localizar a sus cuatro amigos y preguntarles si todavía querían encontrarse de nuevo.
No vamos a entrar en detalles, pero Luciana se citó con sus amigos para tomar un café.
Ese domingo, fueron llegando uno a uno, con curiosidad por ver cómo se veía cada uno y que estaban haciendo en su vida.
La maravillosa sonrisa de Luciana, que le dio la bienvenida a todos, la cara de sorpresa de Isabella, la emoción de Santiago, la alegría de Juan José y la expresividad de Sofía, pronto inundaron el salón y los demás clientes supieron que algo muy especial estaba ocurriendo en esa mesa.
Su encuentro ya era suficiente para probar que ese pacto infantil había sido hecho con la fortaleza de una amistad sincera y la intuición de que valdría la pena reencontrarse al cabo de un tiempo.
Transcurridos los primeros saludos y las preguntas de reconocimiento, Isabella les recordó a todos que se habían comprometido a seguir cultivando la música.
“Yo me hice musicoterapeuta y creo, sinceramente, que estoy ayudando a las personas a encontrar sosiego y resolver sus problemas, a través de la música”, dijo Isabella para impulsar el tema.
Juan José compartió. “Yo estudié Administración de Empresas y en mi tiempo libre tengo una banda donde sigo tocando la guitarra eléctrica”.
“Soy Ingeniera de Sistemas, con Maestría en inteligencia Artificial”, dijo Sofía y continuó: “Dejé ese bendito acordeón, ya no toco ningún instrumento pero voy todos los miércoles al concierto de la Biblioteca Central”.
“¿Y tú qué haces Luciana?”, preguntó Isabella. “Pues les cuento que soy profesora de música en un colegio”.
Santiago se unió a la conversación diciendo que él había entrado a la filarmónica donde tocaba saxofón y, algunas veces, la flauta traversa y la trompeta.
Bueno, la charla de los amigos fluyó de un tema a otro, con el alegre desorden y la empatía de niños; fue cómo si en todo este tiempo, no se hubiera perdido ese lazo auténtico.
“En últimas, lo que interesa es que todos estamos bien”, comentó Luciana. “Ya ven que todo no fue sufrimiento en esa academia”, dijo Santiago y todos rieron.
Isabella agregó: “Me estoy dando cuenta que la música ha contribuido a nuestro bienestar, de diferentes maneras” y explicó:
“Tú, Luciana, nos mostraste lo bien que te hace sentir la música, el cariño que le tienes y el valor que le das en la formación de tus estudiantes; nos mostraste cuán importante es para ti esa capacidad que has desarrollado y la posibilidad de construir tu propio proyecto de vida”.
“Tú Santiago, nos has hecho sentir que la música es una fuerza poderosa que puede unir a muchas personas y una muestra es que, ahí en la filarmónica, encontraste al amor de tu vida.
“Sofía: tú nos comentaste que la música te recupera en los momentos de estrés y que te da una sensación muy íntima de autonomía en la vida, levantándote el ánimo y ayudándote a superar los momentos más difíciles”.
“Y tal vez, así como Juan José nos ha compartido, la música nos está ayudando a nuestro bienestar porque nos está acompañando en la realización de nuestros sueños y propósitos, es decir, en nuestro propio camino de autonomía”.
Isabella terminó diciendo: “En mi caso yo estoy convencida de que la música me hace sentir muy bien; todo esto de estar investigando la manera como puedo usarla para las terapias y estar facilitando la mejora de mis clientes, me hace extremadamente feliz”.
Ese domingo, el reencuentro de los amigos terminó con un nuevo pacto: se comprometieron a crear una escuela-tienda musical para niños y jóvenes que ofreciera oportunidades interesantes y desafiantes para iniciarse en la música y cultivarla, fomentando la libertad de los estudiantes para elegir los instrumentos, los ritmos y la intensidad de su formación, la conciencia del progreso en sus aprendizajes y dominio de la música, y en la construcción de relaciones de amistad y aceptación mutuas. Es decir, una academia centrada en apoyar las necesidades básicas de autonomía, competencia y relación de los estudiantes, como un camino para ayudarles a su bienestar.
Seguramente, esos cinco amigos ya están cumpliendo su nuevo pacto, haciendo de la música un factor de bienestar.
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