sábado, 7 de marzo de 2020

La historia de María ¿Sabes qué necesitas?

Necesidades que (tal vez) no hemos descubierto. 


Te voy a contar la historia de cómo María descubrió algo que realmente necesitaba y no se le había pasado por la cabeza. 

 (Al final, hay un video de esta publicación)

¿Cuáles son tus necesidades?, ¿Cuáles se relacionan con tu salud y tu bienestar?, ¿Qué no te podría faltar en la vida? 

María nació hace 25 años, en un hogar de clase media donde no faltaba lo necesario, aunque el dinero sólo alcanzaba para lo básico y uno que otro gusto. 

Sus padres trabajaban durante todo el día, de manera que María se crió con la compañía más cercana de su abuela materna; desde recién nacida, así como sus dos hermanitos, fue cuidada durante el día por su “abuelita Tere” como ella misma la llamaba. 

Cuando María tenía hambre o sed, su abuela le preparaba algo o le daba una fruta, mientras era la hora de almorzar o comer; cuando la veía cansada o hiperactiva, la recostaba para que durmiera un ratico o la “empiyamaba” para que estuviera lista, antes de que llegara la mamá y se durmiera más rápido. 

Su abuelita, le enseñó a lavarse las manos antes de comer, a ir al baño, a bañarse, a vestirse a peinarse; digamos que le enseñó todo lo que necesitaba hacer una niña pequeña. 

Cuando entró al colegio, su abuelita le enseñó a alistar el uniforme y los útiles, a hacer a las tareas tan pronto llegaba a la casa y a cuidar, en parte, a sus hermanitos menores. 



Sus padres, con la mejor voluntad, fueron llenando la habitación de María con muñecas, animalitos de peluche, adornos brillantes y juguetes, para que “su princesita” sintiera todo lo que la amaban. 

Siempre estuvieron atentos a comprarle el vestido que quería, los zapatos de moda, el kit de joyería infantil, el kit de experimentos y cualquier cosa de la que ella se antojara, siempre y cuando estuviera dentro de sus posibilidades económicas. 

La navidad y el cumpleaños eran los días preferidos de María, porque era cuando recibía una parte de su “lista de deseos”, que estaba pegada en la pared de su habitación. 

A los 8 o 9 años recibió su celular “para niños”, le compraron un computador y un escritorio, también “de princesa”. 

En fin, la infancia y la niñez de María transcurrieron entre su casa y el colegio, con la atención directa de su abuela, con el amor de sus padres y con lo que necesitaba para crecer, aprender, jugar y sentirse toda una princesa. 



La adolescencia de María, tal vez comenzó en serio como a los catorce años, cuando comenzó a ir a las fiestas de quince de sus amigas y de sus compañeras del colegio. En menos de dos o tres meses, así me lo contó, ella “descubrió que su habitación no era un palacio” y que “no había príncipes allá afuera”. 

Se dio cuenta que los bailes de quince eran “interesantes” porque conocía niñas y niños “muy raros”, con estilos y costumbres muy diferentes; en uno de esos bailes, se besó por primera vez, no en el salón sino en una terraza “porque estaba un poquito oscura”. 

Y digo, que su adolescencia comenzó “en serio”, porque se pareció al estallido súbito de una revolucionaria en su casa; la tan temida adolescencia, había llegado a su familia y pasaron cuatro o cinco años que sus padres y su abuela no sabían qué hacer, que la gritaron, la castigaron, le decomisaron por algunos días su celular, que la llevaron a la orientadora de su colegio y que hicieron todo lo posible, algunas veces por entenderla y otras, por corregirla. 

Para María, esa etapa fue “caótica” pero, también, una “bonita oportunidad para ser ella misma y volverse más independiente”. 

A los diecisiete años tuvo que elegir su carrera; entró a estudiar Administración, luego de un proceso de orientación profesional, guíado por un psicólogo amigo de su familia “porque lo que hacían en el colegio, sólo era charlas”. 

Para María, el ingreso a la universidad fue a un mundo “completamente distinto y diverso”. Sus mejores recuerdos tienen que ver con la posibilidad y el reto de guiarse por sí misma; experimentó “de todo lo que hay en esta vida”, según sus propias palabras. Pero también aprendió a decir no al licor en exceso, a las drogas, al cigarrillo, al acoso y al sexo sin protección. 



Al final de su carrera, como “regalo de grado”, sus papás le dieron un viaje a la India, organizado por una agencia en “turismo trascendental”. 

Si algo la impactó profundamente, fue haber ido a una región donde les contaron que vivían unos ermitaños en completo aislamiento y con lo mínimo para sobrevivir; incluso supo que algunos, sólo bebían agua y comían frutos o plantas silvestres, otros que vivían desnudos y otros que dormían en huecos o grutas cavadas por ellos en la montaña desértica. 

Eso hace unos tres años y María tuvo una especie de “crisis existencial”, como ella la llama, a su regreso. Mirando hacia atrás, sabía que en su infancia tuvo todas las necesidades fisiológicas y educativas satisfechas, que en su niñez, además, le dieron mucho gusto y que “todo eso que quería” se lo habían dado “porque creía que lo necesitaba”. 

Que en su adolescencia fue la etapa en la que hizo las amigas que ahora tiene, en la que tuvo sus “noviecitos” y en la que le dieron más libertad. Y en la vida universitaria, como la prueba para su autodeterminación; fue cuando experimentó las mayores satisfacciones por poder elegir y hacer lo que “verdaderamente” quería hacer, sentirse significativa para otros y desarrollar su talento. 

Pero esa “crisis existencial” se presentó porque sintió cansancio de una vida “tan acelerada y tan compleja” como la que creía que le tocaba y se preguntó si era la que realmente quería para vivir. 



Casualmente hace dos años, un fin de semana fue invitada por una amiga a construir una casa prefabricada para una familia pobre; desde ese fin de semana, casi todos los sábados y muchos domingos, participa activamente en un grupo de apoyo y educación a “comunidades vulnerables”. 

Cuando María se pregunta “¿Hasta cuándo seguiré ayudando?”, ella misma se contesta: “Hasta siempre”. En palabras textuales, ella me ha dicho que no podría vivir sin sentir que “soy una profesional que también necesita hacer el bien para disfrutar la vida y ser más feliz”. 

A María no se le había pasado por la cabeza que nuestras necesidades realmente son muy pocas; que necesitamos comer y dormir para cuidar nuestra salud, necesitamos autonomía, competencia y relación para nuestro desarrollo, equilibrio, motivación y bienestar, y, tal vez, necesitamos hacer el bien a los demás, para llenar de sentido nuestras vidas. 

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