sábado, 25 de mayo de 2019

¡Al diablo con las normas!

¿Lo estás diciendo en serio? 


La madre que hace todo lo posible para amamantar a su bebé sólo cada tres horas, para que duerma toda la noche, para que controle sus esfínteres, es la misma madre (o padre) que hará todo lo posible para que su hijo adolescente coma “cuando todos comen”, no se trasnoche con el celular y no caiga en el alcoholismo o las drogas. ¿Cómo pueden lograrlo? 

¿Cuáles aspectos de tu vida mejorarían si pudieras regularlos?, ¿Cuáles son las normas que te cuesta más trabajo cumplir?, ¿Cuál es la norma más importante para ti? 

Los adultos, en nuestra función de educadores, orientadores o líderes, nos vemos abocados a dirigir el comportamiento o la acción de otras personas hacia lo que consideramos normal, bueno o conveniente. 


Probablemente, nos motiva el bienestar de las personas, nuestros hijos, estudiantes, colaboradores, que queremos dirigir, pero detrás de esta intención, suele haber frases o sentencias que otros nos han enseñado o que hemos aprendido con nuestra experiencia y, aplicamos, sin pensarlo mucho a otras personas en situaciones diferentes. 

Es la conocida costumbre de intentar educar a nuestros hijos como a nosotros nos criaron, por ejemplo. 


Cuando esas frases o premisas que hemos adoptado, a lo largo de nuestra vida, las utilizamos para dirigir a los otros, se convierten en reglas o normas de comportamiento o de acción. 


Como nuestra tarea como educadores, líderes o gobernantes implica que utilicemos normas “inteligentes” para propósitos “inteligentes” en la dirección de personas, entonces, reflexionemos acerca de los diferentes tipos de normas que podemos invocar en la dirección de personas. 

Hay tres tipos de normas que se diferencian según su origen y significado: 


Norma estadística 


Una población tener una gama muy amplia de comportamientos o de acciones respecto de un asunto determinado; por ejemplo, respecto de la sexualidad, las personas tienen preferencias, orientaciones y conductas muy diversas. 

No obstante, habrá algunos comportamientos o acciones que predominen, por ejemplo, la masturbación o el matrimonio heterosexual. 


Los comportamientos o acciones más frecuentes, es decir aquellos de la mayoría, constituyen la media estadística, que es una medida cuantitativa para indicar que algo ocurre con mucha frecuencia, sin importar si es bueno o malo, conveniente o inconveniente. 

En la norma estadística, la tendencia, el comportamiento o la acción más frecuente, se suele convertir en una norma prescriptiva que impone comportamientos a toda una población, como si lo más frecuente fuera lo “más natural” para todas las personas. 

Norma axiológica



Como personas, familia o grupo social, podemos tener un conjunto de valores que más nos atraen; algunos prefieren la verdad, la belleza o la bondad; otros se inclinan por la justicia o el amor; hay quienes eligen la tolerancia, la humildad, la responsabilidad o el respeto. 

De acuerdo con el conjunto de valores que más nos atraen, tenemos prohibiciones u obligaciones que “preservan” nuestros valores; por ejemplo, si nuestros valores principales son la responsabilidad y el respeto, “No tengas relaciones sexuales sin protección”, “No obligues a tu pareja a hacer algo que no quiera”, serían comportamientos proscriptos (prohibiciones), “Asume las consecuencias de tus acciones”, “Ponte de acuerdo con tu pareja en lo que disfrutan juntos”, sería comportamientos prescriptos (obligaciones). 


Los comportamientos o acciones que están conformes con nuestros valores, los consideramos “buenos”, y aquéllos que son contrarios, los consideramos “malos”; ya no es la cantidad, como en la norma estadística, sino la calidad, el referente para guiar a otros. 

Detrás de la norma axiológica está la creencia de que, si cumplimos las prohibiciones y obligaciones, nos acercamos al valor más general, es decir, manifestamos nuestros valores con nuestros comportamientos y acciones. 

Norma funcional



Las personas y los grupos somos dinámicos, es decir, siempre estamos en movimiento; nuestro organismo nunca deja de “funcionar”, nuestro cerebro siempre está “funcionando”, así estemos dormidos, y nuestra conducta siempre está “en función” de algo que queremos evitar o lograr. 

Así, nuestros comportamientos o acciones tienen alguna relación con nuestros propósitos; puede haber aquéllos que nos acerquen a nuestros objetivos o que nos alejen de alcanzarlos. La noción básica es que ciertos comportamientos y acciones, y no cualesquiera, son adecuados para alcanzar determinados fines. 


Por ejemplo, el sexo seguro y evitar la promiscuidad, los podemos considerar medios adecuados para mantener la salud sexual. 

En la norma funcional no predominan consideraciones matemáticas ni axiológicas, sino relaciones lógicas o de causalidad: algo lo consideramos normativo para todos porque “produce”, “lleva a” o, simplemente, “funciona”. 


Aunque son muy diferentes entre sí, estos tres tipos de normas tienen algo en común: de las frases descriptivas (“esto es así”) se pasa a las premisas morales (“debes actuar de esta forma”). 

Las normas siempre implican algún “salto” de algo circunstancial a algo “natural”, de una situación particular a un deber universal, por eso es necesario que reflexionemos acerca de nuestras normas y las que pretendamos imponer a los demás. 

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Este post está basado en la definición de Norma del Diccionario de Psicología, de Umberto Galimberti (2002).

sábado, 18 de mayo de 2019

La socialización no sucede en la infancia [exclusivamente]

Impacto de la socialización en nuestra vida. 


Los padres de familia que hacen todo lo posible para que su hija venza la timidez y juegue con otros niños, aquéllos que luchan por “desconectar” a su hijo adolescente para que participe de la vida familiar o quienes se preocupan por la mala conducta de los jóvenes, hacen algo similar. 


¿Cuáles son los grupos más gratificantes para ti?, ¿Qué normas tienen esos grupos?, ¿Cómo han influido para tu crecimiento personal? 

La socialización se refiere al conjunto de relaciones de comunicación e influencia entre las personas que integran grupos determinados: familia, escuela, vecindario, equipo, organización, etc. 

Inicia con la gestación y se extiende a lo largo de la vida; incluye interacciones de crianza, educación, culturización (ideología, religión, moral, ética, costumbres, etc.), trabajo, participación política y uso del tiempo libre. 


Tales relaciones e interacciones influyen notablemente en la identidad, conciencia y el comportamiento de las personas y la dinámica de cada grupo. 

En la socialización se cumplen principalmente dos funciones: 

Nutritivas: relaciones e interacciones que contribuyen a la satisfacción de las necesidades (alimento, cobijo, amor), aspiraciones (objetivos, sueños, proyectos) y deseos de las personas; generalmente, son gratificantes porque ayudan a recobrar y mantener la vida y las condiciones favorables. 


Normativas: relaciones e interacciones que favorecen la interiorización de las reglas y el ajuste a las diferentes realidades y situaciones de las personas; usualmente son frustrantes porque implican negativas (“no es posible”; “no se puede”), esperas (“todo necesita tiempo”, “debes ser paciente”), aceptación de límites (“no debes hacer esto o aquello”). 


Estas dos funciones, nutritiva y normativa, son importantes en todos los escenarios de socialización a lo largo de la vida: las personas satisfacen las más variadas necesidades y en los diferentes grupos se establecen normas que determinan o influyen el comportamiento de los individuos. 


En este sentido, podemos decir que existe una dinámica específica de la socialización, en lo que respecta a la autonomía de las personas y la regulación de su comportamiento; esta dinámica la podemos describir con ocho eventos, que tienden a repetirse como un ciclo (Consuegra, 2010): 


1) Descubrimiento del otro (madre, padre, profesor, policía, supervisor) con capacidad para gratificar o frustrar al individuo. 

2) Experiencia de límites, debido a la negación o espera de la satisfacción buscada por el individuo. 

3) Enunciación de la norma, explícita o implícita, con o sin racionalización, en la que se basa o se modela el límite. 

4) Enunciado de los riesgos de la transgresión de la norma o de traspasar el límite establecido. 

5) Conducta del otro que vela por el cumplimiento de la norma y por la sanción cuando hay transgresión de normas o límites. 

6) Comunicación y conductas para mantener el vinculo afectivo, la función nutritiva, más allá de la norma y a pesar de la sanción por la transgresión. 

7) Internalización de la norma, y los límites, para que ella actúe en forma de control autónomo, sin la presencia del otro controlador. 

8) Proyección del aprendizaje social obtenido al interior de cada grupo hacia otros ámbitos de la vida de las personas. 


En resumen, la socialización es un proceso propio de la condición humana, sucede a lo largo de la vida y está constituida por las mutuas influencias entre individuos y grupos sociales, ejerciendo un importante papel en la satisfacción de las necesidades y en la regulación del comportamiento. 

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sábado, 11 de mayo de 2019

El valor de nuestro comportamiento

No hay comportamientos buenos ni malos. 


Consumir estimulantes, licor o drogas en una discoteca es un comportamiento habitual en muchos jóvenes y adultos. Esto no significa que sea bueno; tampoco que sea malo, porque sí. Igual sucede con la automedicación.


¿Cuáles comportamientos te parecen criticables en los demás?, ¿Cuáles te parecen dignos de admiración?, ¿Qué los hace malos o buenos? 

Nuestro comportamiento no es bueno ni malo; la manera como lo calificamos, depende muchas veces de nuestra situación personal y del contexto social en el que estamos. En este sentido, las personas no somos buenas ni malas, sino que nos comportamos de determinada manera. 

Si nuestro comportamiento no es malo ni bueno, ¿significa esto que nos podemos comportar de cualquier manera y nadie, ni nosotros mismos, podría cuestionar nuestras acciones? 


De ninguna manera, porque nuestras acciones y reacciones habituales tienen un valor particular ligado a nuestra propia situación personal y a nuestro entorno. 

La calificación de una acción o una reacción como valiosa o no, aunque es relativa, siempre implica una dimensión ética. 


¿De qué depende el valor de nuestro comportamiento? 


Depende, entre otros, de los siguientes factores: 

1. Necesidades: nuestras acciones están orientadas a vivir saludablemente, mantener nuestra estabilidad, sobrevivir y lograr nuestro bienestar. 


2. Intereses: nuestras acciones o reacciones son compatibles con nuestras preferencias o inclinaciones, o contribuyen a que seamos más eficaces con lo que se nos facilita, con nuestras aptitudes o con nuestros objetivos. 


3. Autodeterminación: nuestros comportamientos están en función de nuestra motivación personal, es decir, de aquello que nos brinda satisfacción por el mero hecho de comportamos de tal o cual manera o porque tiene un significado especial para nosotros. 

4. Personas: actuamos para satisfacer las expectativas honestas o apoyar a nuestros amigos, padres, mayores, maestros, guías o líderes. 


5. Valores: acciones que están de acuerdo con los modelos de comportamiento que nos fortalecen, nos motivan y nos enaltecen, porque sacan lo mejor de nosotros mismos y nos sirven de criterio de actuación en situaciones desconocidas o ambiguas. 


El valor de nuestro comportamiento es una función, al menos, de estos cinco factores. Esto quiere decir que un comportamiento específico, en un momento dado, es valioso en proporción a la cantidad de los factores aplicables y la calidad de tal relación. 

Si compartimos lo anterior, aceptamos que no hay comportamientos buenos o malos, objetivamente hablando, sino comportamientos valiosos para nosotros mismos o para los demás. 


Nuestra responsabilidad personal es examinar nuestras acciones y reacciones, al menos, en función de estos cinco criterios de actuación, así como comportarnos de manera valiosa. 

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sábado, 4 de mayo de 2019

¿Podríamos sobrevivir sin intereses?

Pueden guiar nuestra vida y felicidad. 


Imagínate que estás visitando a alguien y te ofrecen algo de tomar. ¿Prefieres café, té, agua aromática, agua pura, gaseosa o una cerveza? 


Ahora piensa que llegó el fin de semana. ¿Prefieres leer un libro en casa, ver series, salir al parque, a un centro comercial, ir al cine, ir al bar o a la discoteca? 

Si planearas tus vacaciones y tuvieras bastante dinero ahorrado. ¿Prefieres un hotel de lujo, un recorrido por sitios exóticos, un crucero, un tour guiado por muchos países? 

¿Cuáles son tus intereses?, ¿Qué lugar ocupan tus intereses en lo que haces actualmente?, ¿Cómo podría aprovechar tus intereses para vivir mejor? 


Nuestras preferencias en la toma de decisiones, con frecuencia pueden estar relacionadas con nuestros intereses. Los intereses matizan nuestra personalidad, canalizan nuestro proceso de autoformación e influyen en muchas elecciones que hacemos, tanto en la vida cotidiana como en la aplicación de nuestros talentos, conocimientos y habilidades. 

Por ejemplo, el oficio o la profesión que elegimos o con que soñamos, con frecuencia, pueden estar relacionados con nuestros más preciados intereses. 


Los intereses, por no tener un carácter coercitivo, suelen considerarse un importante indicador de la individualidad. 

El interés, en cuanto es un objeto de estudio de algunas teorías psicológicas, puede considerarse un factor de la motivación por su efecto selectivo y su relación con el proceso de atención: el interés es “la atención latente, mientras la atención es el interés en acción”. (Dougall, citado por Galimberti, 2002). 


Lo propio del interés es revestir las situaciones, las oportunidades o los objetos de nuestro entorno, de algún grado de atracción. En este sentido, decimos que algo nos atrae o nos repugna. 

Como consecuencia de la atracción o de la aversión que experimentamos hacia algo, podemos actuar con apetito (interés positivo) o repulsión (interés negativo) hacia eso. 


El interés es un factor de la motivación, debido a la relación que tiene con la atención y la dinámica atracción-repulsión. Por esto, es muy importante identificar y hacer valer nuestros intereses intrínsecos, es decir, aquéllos que tienen suficiente “fuerza” en nosotros como para atraernos por sí mismos. 

Un interés intrínseco es aquel que involucra la realización de actividades que disfrutamos, es decir, nos atrae por lo que experimentamos al realizar tales actividades sin necesitar recompensas o justificaciones. 


En la Teoría de la Autodeterminación, el interés intrínseco es un concepto importante por su eficacia operativa en la motivación (recordemos atención latente y atención en la acción) y el desarrollo autónomo de las personas. 

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