sábado, 28 de septiembre de 2019

Todos para uno

El poder de la motivación se fortalece con la equifinalidad. 


A veces, el día funciona como si estuviéramos preparando una receta: todos los ingredientes se mezclan para nuestra preparación.


Un fin de semana planeas pasar la tarde viendo películas o series, pero de pronto recuerdas un compromiso y apagas el portátil. Una mañana madrugas, te arreglas y sales muy temprano de casa a presentar esa entrevista que tanto anhelas. 

¿Qué te motiva hoy?, ¿Cuándo sientes que tu motivación es poderosa?, ¿Cómo te enfocas en tu vida? 

Hay días que parecen tener una única finalidad. Todo lo que hacemos está en función de ese compromiso o esa entrevista. 


Cuando tenemos un motivo importante, también nuestros pensamientos, conocimientos, sentimientos y actitudes se ponen en función de nuestra conducta. 

Con una fuerte motivación, el motivo que perseguimos es el resultado de múltiples causas; muchas de éstas son causas “internas”, por ejemplo, valores, gustos, preferencias, gustos, sentimientos, habilidades, conocimientos, pensamientos, etc. 


Un principio importante en la teoría de sistemas, es la equifinalidad; consiste en que un resultado puede tener varias causas o, lo que es lo mismo, múltiples causas puede producir un único resultado. 

La equifinalidad es un aspecto importante de la activación de nuestra energía física y mental; también lo es de nuestras intenciones. 


La equifinalidad es una característica y un efecto muy importante de nuestras motivaciones: frente a la dispersión de “ofertas” de nuestra sociedad de consumo y frente a la variedad de tareas y responsabilidades que recargan nuestra agenda diaria, cada motivación tiene un efecto unificador de nuestros recursos internos para alcanzar aquello que nos motiva. 

El poder de nuestra motivación reside en gran medida en el poder de la equifinalidad: múltiples causas trabajando en pos de un mismo resultado. 

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sábado, 21 de septiembre de 2019

La quinta, ¿la vencida?

El poder que nace de la persistencia. 



Un actor de cine que gana el Oscar después de cinco nominaciones, un candidato que llega a la Presidencia de su país después de tres campañas, una nadadora de 64 años que logra llegar a la Florida desde Cuba después de 4 intentos fallidos. 

¿Qué has logrado después de varios intentos?, ¿En qué cosas se te facilita ser persistente?, ¿Qué tareas abandonas cuando encuentras dificultades? 


Muchos son los ejemplos de personas que han logrado sus metas con base en su persistencia. 

La persistencia, junto a la preferencia y el vigor, es uno de los factores o criterios de la conducta motivada (Beck, 1978); nada más convincente que una persona dedicando mucho tiempo a una actividad y su inclinación a mantenerse en ella, como manifestación de su auténtica motivación. 


Cuando disfrutamos las tareas o nuestros pasatiempos “hay más interés, excitación y confianza, lo cual a su vez se manifiesta en tanto en un incremento del desempeño, la persistencia, y la creatividad” (Deci & Ryan, 1991; Sheldon, Ryan, Rawsthorne, & Ilardi, 1997). 

La persistencia se define (French, 1948, citado por Galimberti, 2002) como perseguir “un objetivo con disposición a aceptar y superar dificultades y obstáculos gracias a una fuerte motivación orientada al logro del objetivo” (logro), aunque también puede tratarse de la persistencia orientada al fortalecimiento de las relaciones interpersonales (afiliación) o a la consolidación de una posición privilegiada (poder). 


Nos hemos acostumbrado a ver la persistencia como una característica positiva del comportamiento creativo o emprendedor. Sin embargo, en el contexto de las anomalías mentales, la perseveración que consiste en la “repetición monótona y sin propósito de un comportamiento verbal o gestual que no se consuma ni siquiera después de haber alcanzado el objetivo por el que se inició”, es una variante particular de la persistencia que no constituye una virtud (perseverancia). 

La diferencia entre persistencia y perseveración radica en el hecho del significado de la conducta en el contexto específico donde se ejecuta. Veámoslo con un ejemplo relacionado con la famosa “cantaleta” de los padres hacia los hijos: 
  • El papá o la mamá de un joven, cuando va a salir con sus amigos, le recuerda que debe ser prudente con el consumo de licor; se lo dicen cada vez que va a salir pero sólo una vez en ese momento. Son persistentes con el mensaje. 
  • El papá o la mamá le recuerda que debe ser prudente con el consumo de licor, que la última vez tomó en exceso, que la otra vez ni se acuerda de lo que pasó, que una vez casi se pone a pelear, que está tomando mucho, que esos amigos no le convienen, que lo van a volver a castigar, que no puede llegar a casa borracho… Su mensaje peca por perseveración. 

En términos educativos, la persistencia puede destacar algunos valores y puede ser una herramienta de formación, pero la perseveración aleja y deteriora la relación entre mayores y educandos. 

Sin embargo, la principal diferencia entre persistencia y perseveración no estriba en la cantidad de palabras que se dicen ni en el tiempo que dura la actividad. 


La persistencia es una virtud en cuanto es pertinente al motivo (logro, afiliación o poder) que se persigue y a los obstáculos que se enfrentan en el proceso; cuando el motivo se ha alcanzado, o ya no es pertinente, y cuando los obstáculos han sido resueltos o pueden ser evitados, la persistencia se acerca a perseveración y pierde su valor creativo o productivo. 

Por lo tanto, estamos invitados a persistir sin caer en perseveración. 


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sábado, 14 de septiembre de 2019

¿Cómo es tu desempeño?

Cuatro elementos claves de un buen desempeño. 

Una de las frases que más se repite en una entrevista de selección es: “Deme la oportunidad y yo le prometo que lo voy a hacer muy bien”. Una promesa general como ésta, la escuchamos cientos de veces quienes trabajamos en selección de estudiantes o de trabajadores. 

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¿Cuáles son tus deberes?, ¿Cómo cumples con ellos?, ¿Qué resultados estás obteniendo? 

Cuando alguien quiere ser admitido en unos estudios o en un empleo, sabe muy bien que debe estar a la altura del reto, es decir, que debe mostrar que es capaz y está motivado para desempeñarse de acuerdo con su deber. 

Por eso, los aspirantes siempre quieren convencer a sus entrevistadores de que son muy buenos y “merecen la oportunidad”. De alguna manera, cada candidato a un cupo de formación o un empleo, aprovecha el proceso de selección para empeñar su palabra, prometiendo un desempeño acorde con la situación. 

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¿Qué es desempeño? 


En general, el desempeño es la actividad que realizamos en cumplimiento de nuestras obligaciones: si somos estudiantes, hacemos tareas, estudiamos lecciones, preparamos exámenes, etc.; si somos empleados, cumplimos con nuestras funciones, colaboramos con otros, atendemos clientes, etc., porque tenemos el deber de hacerlo. 

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Quienes supervisan estudiantes o empleados, se interesan por el desempeño requerido y no por la acción en general, porque siempre hay una promesa implícita, es decir, un “contrato psicológico” de actuar según la “obligación” contraída. No en vano, una de las actitudes más apreciadas en los ambientes educativos y laborales es “demostrar un verdadero compromiso” con el deber. 

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No sólo en los entornos académico o laboral, el desempeño es objeto de interés; en aquello que verdaderamente nos interesa, nuestro desempeño adecuado es crucial: también hay un cierto “contrato psicológico” con nosotros mismos cuando se trata de algo que hacemos porque nos gusta, lo queremos o nos interesa. 

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De manera más precisa, el desempeño cumple obligaciones establecidas en dos dimensiones: 
  • El “cómo”: se refiere al proceso o la técnica de la actividad realizada. 
  • El “qué”: se refiere al resultado o beneficio de la actividad. 
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Por ejemplo, un ciclista tiene el deber de desempeñarse muy bien en una carrera: 
  • Cómo: colaborando con su equipo, siguiendo la estrategia de carrera, dosificando sus fuerzas, etc. 
  • Qué: logrando buenos tiempos de carrera, ganando etapas, lanzando al velocista, etc. 
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Más en detalle, el desempeño entendido como categoría central de la relación entre las personas y las instituciones, es el efecto de la interacción de cuatro elementos (Azzen y Fishbein, 1980): 
  • Acción: es la ejecución de la actividad 
  • Resultado: es el efecto o producto de la acción 
  • Contexto: son las circunstancias que anteceden o acompañan la acción 
  • Tiempo: es el período que transcurre mientras se realiza la acción 
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Veamos estos elementos con un ejemplo referido a una actriz de cine o televisión: 
  • Acción: es su ejecución del “papel” y del libreto asignado 
  • Resultado: es la credibilidad que inspira su personaje, tanto en lo dice como en lo que hace 
  • Contexto: es la trama general de la serie o de la película, la actuación de los otros actores, la dirección y la labor de utileros, vestuaristas, escenógrafos, camarógrafos, su propia actitud, etc. 
  • Tiempo: es la duración de toda la obra o de cada una de las escenas 
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Así, diremos que el desempeño de la actriz corresponde a su actuación (acción) convincente (resultado) en una filmación (contexto) y en las escenas (tiempo) que le corresponden. 

Por lo tanto, la próxima vez que tú hagas la promesa de desempeñarte a la altura de las circunstancias, ten en cuenta que te estás comprometiendo a realizar las acciones necesarias para obtener resultados en un contexto y tiempos determinados. Y esto implica dar lo mejor de ti en función de tus deberes y obligaciones. 

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sábado, 7 de septiembre de 2019

No les exijas que sean autónomos

Si tus estudiantes o empleados deben obedecer a una Dirección [férrea]. 

Cuando jugábamos con canicas, esas bolitas multicolores de cristal, todos sabíamos en qué dirección debíamos golpearlas; los jóvenes de ahora, saben en qué dirección deben disparar y en qué dirección deben correr, dentro del campo de paintball. 


¿En qué dirección va tu vida?, ¿Quién marca el rumbo de tu vida?, ¿Qué caminos quieres seguir? 

La dirección es una característica muy importante de cualquier movimiento y, por consiguiente, de la conducta motivada. 


El diccionario (DLE, 2018) define “dirección” como “acción y efecto de dirigir”, de ahí que nuestro término clave sea “dirigir” que consiste en: 

1. “Enderezar, llevar rectamente algo hacia un término o lugar señalado”: recordemos como cambiábamos la posición de nuestro cuerpo, cómo trazábamos una línea imaginaria, cómo limpiábamos el terreno y cómo calculábamos la posición del dedo índice, para dirigir nuestra mara hacia la del adversario. 

2. “Guiar, mostrando o dando las señas de un camino”: pensemos en los gestos y señales de los jugadores de paintball cuando se organizan para avanzar y vencer al equipo contario. 


Por lo tanto, “dirigir” tiene que ver con el camino que lleva algo a un punto determinado, lo cual tiene mucha similitud con una de las acepciones de “dirección”: 

“Camino o rumbo que un cuerpo sigue en su movimiento”: si marcáramos cada uno de los puntos por los que pasa una bolita de cristal en movimiento, cada jugador de paintball en su ataque o huída, cada pelota de pintura que se dispara, esa sucesión de puntos casi en línea recta nos indicaría la dirección del movimiento. 


Pero también “dirección” puede significar un trayecto normativo, es decir, un camino o rumbo que alguien debe seguir cuando está sujeto a cierta autoridad: 

“Consejo, enseñanza y preceptos con que se encamina a alguien”: la educación, la administración laboral, la religión, la ideología y la moral, son formas sociales de dirección, mediante las cuales cada uno sabe en qué dirección moverse, esto es, en qué dirección debe pensar, sentir o actuar. 


De manera, aún más general, el diccionario también define dirección como la “Tendencia de algo inmaterial hacia determinados fines”

En nuestra vida práctica, nuestra dirección está manifestada en nuestras acciones, intenciones, deseos, objetivos y propósitos. Siempre hay un rumbo ya trazado o un camino por recorrer. 


Y es precisamente la dirección de nuestra conducta motivada lo que aquí nos interesa, porque tal dirección puede provenir de una fuerza externa o de nosotros mismos; por ello, hablamos de motivación extrínseca o motivación intrínseca. 

Cuando la dirección corresponde a una autodirección de nosotros mismo, se genera un sentido de autonomía en la acción y, por lo tanto, se fortalece la motivación intrínseca (Deci & Ryan, 1985). 


De manera que hay cierta paradoja en la existencia de una “Dirección” en las instituciones educativas o en las empresas, cuando éstas y aquéllas pregonan la autodirección de los estudiantes o empleados. Cuando esto sucede, se generan dos fuerzas contrarias: la dirección que marca el “Director” y la dirección que sigue cada individuo. 

Por eso, cualquiera que tenga un cargo de “dirección” -sea padre de familia, maestro, supervisor, líder, “influencer”- necesita aplicar una gran sabiduría -que debe revelarse en términos de la técnica o metodología apropiada- para estimular la autonomía y la motivación intrínseca en sus dirigidos. 


Si no tiene esta sabiduría, podrá ser un gran “Director” pero no de personas autónomas, sino de sujetos subordinados que hoy le obedecen pero que mañana pueden seguir el rumbo de otros vientos. 


En cambio, si la “Dirección” se pone al servicio de la autonomía, de las competencias y de las relaciones necesitadas por los niños, jóvenes y adultos, en nuestras familias, colegios y empresas, será un catalizador del desarrollo de la personalidad y de nuestra felicidad. 

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