Un reto para educadores, administradores, religiosos y políticos.
Una persona que atropella a otros cuando ingresa al transporte masivo, las amigas que conversan o comentan en voz alta la película que estamos viendo, el fanático que riega su cerveza en nuestra espalda, el conductor que se hurga la nariz o el oído en la parada del semáforo, el ciclista que se cree dueño del andén, el comensal que habla porquerías cuando queremos disfrutar en nuestro restaurante favorito, son exasperantes y las calificamos como “mala educación” porque perturban la convivencia.
¿Qué esperas de una persona bien educada?, ¿Cuáles normas hay en tu familia?, ¿Cuáles son las principales normas en tu vida personal?
Somos más sensibles a percibir la “mala educación” de los demás que la nuestra, pero con seguridad, nuestros familiares y amigos también han observado conductas criticables en nosotros, por “bien educados” que nos creamos.
La armonía, compatibilidad y convivencia entre las personas depende, muchas veces, de la observancia de reglas sociales acerca del comportamiento aceptable o deseable y de los que están prohibidos o no son bien recibidos.
La calificación de un comportamiento como de “buena” o “mala” educación, aceptable o rechazable, se basa en un discurso social que establece reglas y expectativas, premios y castigos.
Las instituciones más asociadas con la regulación social son la familia, la educación, la administración organizacional, la religión y los tres poderes políticos (ejecutivo, legislativo y judicial). Su denominador común es la regulación, es decir, el propósito de que las personas adoptemos reglas en las más diversas situaciones de nuestro diario vivir.
Por supuesto que hay diversos estilos de regulación: desde los más autoritarios hasta los más persuasivos, desde los más impositivos hasta los más condescendientes.
Dependiendo del estilo de regulación, y de otros factores sociales, quien asume la función regulatoria (sea padre o madre, docente, gerente, religioso o funcionario público) tendrá más o menos éxito en hacer que otros adopten las conductas regladas.
Las reglas, como sucede con la digestión de los alimentos, pueden ser mal o bien masticadas, mal o bien digeridas y mal o bien asimiladas por nosotros, lo cual depende del contenido y el sentido de la regla, del estilo y la personalidad del regulador, y del proceso personal de cada uno de nosotros.
Los estudios liderados por Deci y Ryan (2000) sugieren que los reguladores podrán ser más eficaces en la medida de que logren crear ambientes positivos que contribuyan a la satisfacción de nuestras necesidades de autonomía, relación y competencia.
Comparte esta publicación, haz un comentario y sigue este blog