Ajeno a las etiquetas de enfermedad, desorden o problema mental.
“Sufre de depresión crónica”, “tiene trastorno bipolar”, “es un esquizofrénico”, “tiene trastorno obsesivo compulsivo”, “es un adicto”, son algunas etiquetas que hacen parte ya de la cultura popular.
¿Cómo manejamos el estrés?, ¿cómo afrontamos el sufrimiento?, ¿cómo nos recuperamos mentalmente?
Un diagnóstico de enfermedad mental impone una carga social y emocional sobre el paciente, bien sea que aluda a un “trastorno” o un mero “desorden”. De hecho, hay muchas voces en la psicología y en la psiquiatría que proponen eliminar el concepto de enfermedad mental.
Tal vez, sea más provechoso para el desarrollo de la ciencia y beneficioso para el paciente, hablar de salud mental.
El Ministerio de Salud de Colombia afirma que la salud mental es “un estado dinámico que se expresa en la vida cotidiana a través del comportamiento y la interacción de manera tal que permite a los sujetos individuales y colectivos desplegar sus recursos emocionales, cognitivos y mentales para transitar por la vida cotidiana, para trabajar, para establecer relaciones significativas y para contribuir a la comunidad” (2003).
Destaquemos algunos componentes de esta definición:
Estado dinámico:
Las personas tenemos sucesivos modos de ser o estar en las cambiantes situaciones y circunstancias, cada día o a lo largo de nuestra vida.
Por definición, cualquier estado puede cambiar, según las condiciones del entorno, y la expresión “dinámico” subraya este carácter de la salud mental.
Por eso, una etiqueta de enfermedad, trastorno o desorden mental debe ser usada con mucha prudencia.
Expresado como comportamiento e interacción:
El modo de ser o estar lo manifestamos a través de nuestros comportamientos, incluso los no observables, y la manera como interactuamos con los demás. Es decir, nuestro modo de existir también es el resultado de nuestras competencias o capacidades para afrontar la vida.
En este sentido, la OMS sostiene que en la salud mental “ la persona realiza sus capacidades y es capaz de hacer frente al estrés normal de la vida”.
En el que se pueden desplegar los recursos:
Individuos y colectivos utilizamos y manifestamos nuestros recursos cognitivos, emocionales y conductuales, en lo que hacemos en cada momento y la manera como nos relacionamos con los demás.
Bircher & Kuruvilla (2014), a partir del modelo de Meikirch de salud (2011), se refieren a las interacciones entre los potenciales biológicos y personales del individuo y las demandas de su vida, en el contexto de los determinantes sociales y ambientales.
En la vida cotidiana, el trabajo, las relaciones significativas y la contribución a la comunidad:
En lugar de imponer etiquetas acerca de supuestos problemas mentales, trabajemos por una sociedad en la que todos tengamos o recuperemos la salud mental a lo largo de nuestra vida.
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